Sentada a
la sombra de Colón, en el puerto de Barcelona vi sobrevolar sobre mi cabeza una
cometa y escuché una voz interior con claridad:- ¡Eso es, eso soy, cometa! –
Exclamé. - Sobrevuelo la ciudad con mis brazos extendidos y por momentos me
siento libre, hasta que de repente un hilo tira de mí nuevamente hacia el suelo
y me paraliza.
En ese instante
entendí que la vida tenía reservado para mi mucho más, mucho más que sentarme
sobre un escalón por muy alto que este estuviese.
Solicité mi baja voluntaria en la compañía para la que
trabajaba y en menos de un mes el mundo se abrió en su inmensidad ante mí. He
de confesar que sentí vértigo, después de toda una vida sabiendo siempre lo que
tenía que hacer a la mañana siguiente, por fin había logrado traer a mi vida
ese maravilloso principio de Heisenberg: “El principio de incertidumbre”.
Me consagré a mi nuevo acompañante de viaje: Ganesh, dios de
la cultura hindú que había comprado en un bazar los días previos a la comunicación
oficial de mi renuncia. Por lo que me explicó el vendedor era el dios de la
inteligencia y poseía la capacidad de eliminar todos los obstáculos materiales
que impidiesen nuestro crecimiento espiritual. Qué curiosos somos los seres
humanos, yo que durante toda mi vida había sido incapaz de creer en nada,
estaba absolutamente convencida de la fuerza mental que esta deidad con cuerpo
de buda y cara de elefante me concedía.
Mis últimos días en Barcelona fueron únicos. Días llenos de
emoción, demostraciones de cariño y noches sin descanso, viviendo la vida con
la certeza de que solo el presente nos pertenece. Como si la vida hubiese
decidido premiarme por disfrutarla al máximo, se cruzó en mi camino, casi por
casualidad, como pasan las mejores cosas en este mundo, “mi sueño de siesta”. Georgia
apareció en mi vida seis semanas antes de emprender mi viaje para regalarme un
amor tan puro y desinteresado como sólo pueden ser los amores de 6 semanas.