sábado, 13 de octubre de 2012

"Salta, y encontrarás la manera de desplegar tus alas mientras caes" Ray Bradbury.

Sentada a la sombra de Colón, en el puerto de Barcelona vi sobrevolar sobre mi cabeza una cometa y escuché una voz interior con claridad:- ¡Eso es, eso soy, cometa! – Exclamé. - Sobrevuelo la ciudad con mis brazos extendidos y por momentos me siento libre, hasta que de repente un hilo tira de mí nuevamente hacia el suelo y me paraliza.
En ese instante entendí que la vida tenía reservado para mi mucho más, mucho más que sentarme sobre un escalón por muy alto que este estuviese.
Solicité mi baja voluntaria en la compañía para la que trabajaba y en menos de un mes el mundo se abrió en su inmensidad ante mí. He de confesar que sentí vértigo, después de toda una vida sabiendo siempre lo que tenía que hacer a la mañana siguiente, por fin había logrado traer a mi vida ese maravilloso principio de Heisenberg: “El principio de incertidumbre”.
Me consagré a mi nuevo acompañante de viaje: Ganesh, dios de la cultura hindú que había comprado en un bazar los días previos a la comunicación oficial de mi renuncia. Por lo que me explicó el vendedor era el dios de la inteligencia y poseía la capacidad de eliminar todos los obstáculos materiales que impidiesen nuestro crecimiento espiritual. Qué curiosos somos los seres humanos, yo que durante toda mi vida había sido incapaz de creer en nada, estaba absolutamente convencida de la fuerza mental que esta deidad con cuerpo de buda y cara de elefante me concedía.

Mis últimos días en Barcelona fueron únicos. Días llenos de emoción, demostraciones de cariño y noches sin descanso, viviendo la vida con la certeza de que solo el presente nos pertenece. Como si la vida hubiese decidido premiarme por disfrutarla al máximo, se cruzó en mi camino, casi por casualidad, como pasan las mejores cosas en este mundo, “mi sueño de siesta”. Georgia apareció en mi vida seis semanas antes de emprender mi viaje para regalarme un amor tan puro y desinteresado como sólo pueden ser los amores de 6 semanas.

Tiempo de coser, tiempo de romper. Paulo Coelho.


Mezclé los óleos de la misma forma que él había destrozado mi corazón aquella fría noche de diciembre, con desprecio infinito y cruel.
- ¿A qué le tenés miedo Martiña?- Me preguntaba mi amigo bonaerense la noche de fin de año del 2009.
- A la rutina, Pablo, a llenar mi cuaderno de sensaciones de días grises, sin vida. A hacer cada mañana el mismo recorrido, o aún peor, lamentar no poder hacerlo.- Contesté.
Un domingo más, sin saber, sin dejar de saber. Con el poso en el corazón del amargo y a la vez adictivo sabor del vino de aquella última noche, emprendo el viaje hacia mi nueva vida.
Tiempo atrás me despertaba en la mitad de la noche con la psicosis de que la alarma del despertar no había sonado y llegaba tarde a la oficina. Durante unos segundos me quedaba mirando al techo, dudando si eso era lo que quería para el resto de mis días. Cuestionándome si ese inconformismo sería tan personal y único o por el contrario, esa misma mañana otros muchos rostros mirarían a su alrededor haciéndose la misma pregunta.
Cada mañana salía a la calle con ese tedio en el alma. Cuando por fin lograba hacerme hueco en el metro me entretenía observando las caras de la gente. Visualizaba sus vidas, y una mezcla de tristeza y lástima me embargaba. Tristeza al sentir que muchos de ellos habían perdido el control de si mismos sin apenas darse cuenta. Era como si una gran tela de araña nos mantuviese a la inmensa mayoría atrapados dentro del Sistema, en una ceguera permanente, inmóviles.
Deseaba salir de esa jaula sin barrotes pero para ir dónde.